Habilidades profundas Autor: David Cerdá, profesor de ESIC y responsable de Innovación y Personas en Strategyco

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Habilidades profundas<span class='auto-opinion'> <b style='color:#32c6ff !important'>Autor:</b> David Cerdá, profesor de ESIC y responsable de Innovación y Personas en Strategyco</span>

El autor sostiene que la clave de la profesionalidad está en las habilidades

Olvídense del esotérico y machaconamente publicitado «talento»: la clave de todas las profesiones está en las habilidades.

Decía John Ruskin que una habilidad es la fuerza de la experiencia, el intelecto y la pasión cuando operan conjuntamente. Llevamos un tiempo, en el mundo empresarial, hablando de habilidades, y el debate se ha intensificado en la esfera educativa, que anda dando vueltas en torno a las “competencias”. Nos cuesta calibrar la importancia relativa de cada una de estas «fuerzas», porque lo humano es complejo; en los últimos tiempos el discurso se ha simplificado en la dicotomía soft skills vs hard skills.

“A las habilidades blandas se las respeta poco” —ha dicho Peggy Klaus, autora de The Hard Truth about Soft Skills— “pero son ellas las que harán que tu carrera se quiebre o despunte”. Sí y no. Sí: las habilidades duras te procuran eficacia y prestigio, sustentan tu desempeño laboral o comercial, sea cual sea tu campo, pero no, no bastan para ser un buen profesional, y sobre todo te arruina carecer de habilidades blandas si has de emprender o dirigir equipos o compañías.

Pero no, con las habilidades duras y blandas tampoco alcanza si aspiras a la excelencia. La palabra “excelencia” no debe asustarnos: incorpora una medida de grandeza, pero está dentro de los límites humanos. Excelencia no es perfección, no es un summum divino, sino una pretensión muy posible. Todos conocemos personas y profesionales excelentes, y nos consta que no son santos, genios o extraterrestres. Ese plus excelente te lo dan las habilidades profundas.

A diferencia de las hard (técnicas) y las soft (interpersonales), las deep skills o habilidades profundas son cualidades complejas que marcan la diferencia tanto en ámbitos profesionales como personales. No son algo que pueda tenerse, sino algo que se es, e implican la adquisición de hábitos, cerrar compromisos y desarrollar determinadas capacidades.

Son la conjunción de saberes y haceres con ciertos componentes troncales del comportamiento humano, como el hábito, la actitud o el sentimiento. En Strategyco, una visión compartida con ESIC, hemos detectado que esas doce habilidades profundas son las siguientes, encuadradas en tres bloques:

  • Iniciativa: Pensamiento crítico, Mentalidad emprendedora, Creatividad, Autogestión.
  • Sentido: Profesionalidad, Liderazgo, Trabajo en equipo y agilidad y Compromiso y propósito.
  • Influencia: Comunicación persuasiva, Negociación y gestión de conflictos, Inteligencia comercial, Inteligencia emocional.

Para entender mejor estas habilidades, tomemos, a modo de ejemplo, la creatividad. La creatividad no es, desde luego, una habilidad dura, como lo es saber programar, emplear técnicas de venta o diseñar procesos organizacionales.

Pero tampoco es una habilidad blanda, como saber conversar, influir o negociar. Creativo se es (o no), y la creatividad comporta no solo aspectos actitudinales, sino también ciertos hábitos y disposiciones mentales. Además, para ser creativo hay que dominar una serie de prácticas, adquirir algunos conocimientos y forjar determinado carácter. Todo ello intensificado sobre el campo en el que uno opere.

Si de las habilidades profundas se habla poco (aunque se hablará más cada día) es porque requieren un nivel de esfuerzo y madurez que no vende libros de autoayuda. Tampoco se adquieren a base de resiliencia, mindfulness y charlas motivacionales. No adquieres mentalidad emprendedora ni desarrollas una ética profesional a base de vídeos de Youtube, webinars y blogs —si bien todo contribuye—. Necesitas experiencias, estudiar a fondo y que te ayuden a conectar los puntos. Has de desplegar expertise, otro término anglosajón de difícil traducción, pero sentido claro: una mezcla indisoluble de saber y experiencia.

Si de las habilidades profundas se habla poco, es porque requieren un nivel de esfuerzo y madurez que no vende libros de autoayuda

Abordar las habilidades profundas implica atender a las ciencias sociales, la ética, las humanidades y el Management. Como estos campos van cada uno a lo suyo, y rara vez se hablan, estas habilidades han permanecido fuera del radar de formadores, empresarios y empleados durante demasiado tiempo. Volvamos a la creatividad: la psicología ha investigado mucho y bueno sobre el asunto. Pero si tu campo es la empresa, necesitas saber también cómo funciona un buen brainstorming, y qué es Design Thinking; y aunque tu campo no sea la empresa, e incluso para tu vida privada, esos conocimientos pueden serte también de gran ayuda.

Además, el verdadero creativo tiene la inmensa oportunidad de nutrirse en el arte, y sabe que la historia está plagada de referencias estéticas de las que sacar lecciones sobre lo bello y lo útil. Finalmente, siendo la ética la reflexión sobre qué hace que la vida sea buena, es difícil crear a alto nivel sin entender qué cosas merecen verdaderamente la pena.

Las habilidades profundas pueden enseñarse. Y no es esta la única buena noticia: a diferencia de las habilidades técnicas más complejas (pensemos en tocar el piano), está al alcance de casi cualquiera desarrollar un muy buen nivel en todas ellas. Eso sí: requieren de una formación muy especial, que combine los mejores conocimientos con dinámicas y experiencias. Hay cosas que hay que dominar, de domus, que significa “señor” y “casa”: hasta ese punto han de incorporarse al carácter de uno. Además, las habilidades profundas tienen “carga de propósito”, es decir, no son (como las hard y las soft) meramente instrumentales, sino que aportan significado al trabajar y al vivir.

Esto último es significativo, porque hace de las habilidades profundas el núcleo y el motor de nuestros fines últimos. En un mundo que pierde a marchas forzadas otros polos de sentido, que tu profesión sea rica en fines ha pasado a ser una necesidad para muchos. Es tal el volumen de desafección en las empresas, que el llamado engagement ha pasado a ser una obsesión para quienes gestionan personas. A título particular buscamos esa relevancia como peces que boquean fuera del agua. La propia capacidad de asumir un compromiso y hacer propia una causa es una habilidad profunda; cuando es racional, y provechosa (y no, digamos, una causa yihadista), esa habilidad marca la diferencia en el oficio de uno, en su organización y en su vida.

En definitiva, mientras que las habilidades “duras” son técnicas y las blandas, “sociales”, las habilidades profundas son “arquitectónicas”, nos construyen. Son el núcleo de la transformación que necesitan nuestras sociedades y organizaciones en un tiempo sometido a la tiranía de la innovación sin freno.

Por lo mismo, no puede uno acercarse a ellas asépticamente, como quien compra y se pone un traje: sin transformación personal no pueden incorporarse. Requieren, así pues, de un extra de valentía. Como escribió Charles Dickens en El viajero sin propósito, “lo importante es estar preparado en cualquier momento para sacrificar lo que eres en aras de lo que podrías llegar a convertirte”.

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