Medios de comunicación y conciencia social
La segunda mitad del S. XX se ha caracterizado por una nueva formulación del desarrollo humano, tecnológico, político e incluso económico. Así, mientras el mundo se polarizaba de la mano de la “guerra fría”, el final de ésta trajo consigo la consciencia sobre un nuevo periodo. Esta nueva era, marcada por la denominada globalización, provoca, casi de forma inmediata, el surgimiento de una corriente de pensamiento alternativa que la cuestiona y somete a escrutinio. El mayo del 68 francés y su expansión por el mundo, acompañado de la gran ola del movimiento “hippie”, hace que los años 60 y 70 se caractericen por un reencuentro del ser humano consigo mismo, con su naturaleza: con la naturaleza.
Tímidamente, comienza a surgir, claramente impulsados por las tendencias de los autodenominados “hippies”, un replanteamiento del modo de vida y de la relación con el entorno. Así, poco a poco, entra en escena un componente ético y moral nuevo, que ni siquiera es mencionado en la declaración de los derechos humanos en los años 50: la importancia de la naturaleza y su conservación para la vida del hombre. Sin embargo, a la vez los 60 y 70 son los años en los que muchos países desarrollados, y como consecuencias los subdesarrollados, comienzan a sufrir el fenómeno conocido como deslocalización.
Cientos de grandes empresas multinacionales, en un movimiento estratégico tendente a reducir costos, empiezan a trasladar del centro del sistema capitalista a la periferia grandes fábricas aprovechándose de la mano de obra barata y de la escasez de normas que rigen el mercado laboral. Es una situación generalizada que de una forma u otra ha afectado a cientos de países alrededor del mundo. La caída del muro de Berlín, y el desmoronamiento de la Unión Soviética dejaron paso a un sistema capitalista global, en el que poco a poco las nuevas tecnologías de la información y del conocimiento iban teniendo un mayor papel hegemónico.
A la vez que todo esto sucedía, grandes catástrofes naturales provocadas por el hombre iban haciéndose cada vez más palpables: la lluvia ácida, el smog, la desforestación de los grandes “pulmones” del planeta, graves situaciones de sequía, millones de incendios forestales, la subida del nivel del mar debido al descongelamiento de los polos provocado a su vez por el calentamiento global, que hoy día sabemos que se debe a algo más general, llamado cambio climático, etc. Sin embargo, a la vez que un barco petrolero cargado con millones de litros de crudo vertía su carga al mar contaminando miles de kilómetros de costas o un vertido tóxico aniquilaba cientos de especies en una reserva natural, era normal ver a los políticos en los medios quitarle importancia a dichos acontecimientos con el casi unánime beneplácito social.
Resulta paradójico recordar como a la vez que salían a la luz todo ese tipo de catástrofes medioambientales y grupos ecologistas como Green Peace adquirían relevancia e influencia a nivel mundial, surgían leyes que comenzaban a tener en cuenta el entorno natural, mientras acuerdos internacionales como el Protocolo de Kioto visibilizaban claramente que todo estaba cambiando para seguir igual.
Es decir, en un momento histórico en el que la humanidad dispone de más información gracias a las tecnologías de la información y el conocimiento (TICs), esa información está cada vez más homogeneizada, estandarizada y carente de sentido crítico. Hoy en día es tremendamente difícil poder leer en algún medio de comunicación público o privado reportajes de investigación que saquen a la luz problemas medioambientales en los que estén implicadas grandes multinacionales.
Curiosamente en la época en la que más información tenemos a nuestro alcance la sociedad no está más ni mejor informada ya que conocemos lo que nos dejan. Así, en una dinámica lógica, los grandes medios de comunicación pertenecen a grandes compañías trasnacionales y multinacionales, que a la vez están vinculadas a todo tipo de industrias como la petrolera, la química, la farmacéutica, la armamentística, etc. Si pensamos en el gran daño que tendría una noticia donde se expusiesen las prácticas nocivas para el medio que muchas de las grandes trasnacionales e incluso gobiernos (pensemos en el sangrante caso del total incumplimiento del Protocolo de Kioto), entenderemos que dicha situación se traduciría en cientos de miles de millones de pérdidas, y miles de puestos de trabajo, e intereses internacionales encadenados.
El problema principal surge cuando pensamos en cuáles son las normas que nos obligan a plantearnos la necesidad de un cambio, de un desarrollo sostenible. En realidad cada país establece su legislación medioambiental, ya que no hay una legislación medioambiental mundial que acarree sanciones para aquellos países o entidades que incumplan ciertas normas.
Los valores éticos o morales que llaman al respeto del medio ambiente son muy recientes y datan de los años 60 y 70 donde comienzan a salir a la luz palabras tan extrañas aún hoy como la conciencia medioambiental o el desarrollo sostenible. Así, paradójicamente, en algunas familias, a la vez que el consumo de la gasolina de los coches que adquieren es cada vez mayor y los miles de litros de agua que llenan sus piscinas contrastan con la acuciante sequía de cientos de lugares en el planeta, los cubos para el reciclado rojos, verdes, amarillos y azules se ordenan equilibradamente a las puertas de sus casas o incluso en lugares públicos de las grandes ciudades. Por ello, la sociedad actual experimenta una ilusión medioambiental más que una conciencia medioambiental real, ya que esta última no tiene referencias éticas o morales certeras que apoyen su desarrollo. Además de todo lo anterior, la invisibilización de cierto tipo de temáticas incómodas en los medios colabora al desconocimiento e incomprensión social de la situación.



