José Ramón de Espínola: “La burocratización es el gran pecado de las instituciones públicas”
M. Martínez García I maria.martinez@mercados21.es I 7/11/2012
Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense, catedrático y director del Departamento de Economía de la Universidad Pontificia Comillas, donde imparte economía española, economía de la Unión Europea y economía regional y urbana, José Ramón de Espínola es autor de numerosos artículos de investigación y varios libros. Su ultima publicación es ‘Crecimiento y crisis de la economía española (1995-2008)’ y es también responsable del volumen ‘Desafíos y estrategias de la UE’ (LID Editorial Empresarial).
José Ramón de Espínola.
¿Hasta que punto la presente crisis ha supuesto un retroceso en el desarrollo de la Unión Europea?
La actual crisis ha implicado muchas cosas. Ciertamente, ha supuesto un retroceso en la Unión Europea, en la medida en que la solidaridad entre estados es cuestionada en algunos países del norte de Europa, que mantienen posturas egoístas y poco inteligentes dificultando que las instituciones europeas adopten políticas más eficaces contra la crisis. Pero también la presente situación nos permite ver con claridad fallos en los pilares del edificio institucional de la Eurozona y en la gobernanza.
¿Tendremos a medio plazo una UE con un Parlamento elegido por circunscripción universal, una verdadera Europa federal?
Aunque en la idea original de los padres fundadores de la Comunidad Europea (Jean Monnet, Robert Schuman y otros) estaba crear una federación de estados, lo cierto es que el modelo intergubernamental ha dominado siempre el diseño institucional de la UE y también el de la Eurozona. Su grave crisis evidencia las limitaciones del modelo intergubernamental. Es necesario que en la Eurozona, junto al pilar monetario (el Banco Central Europeo), exista un sólido Gobierno económico y financiero, de carácter supranacional, con legitimidad democrática, competencias, presupuesto y recursos propios. Hay que tener en cuenta que cuando un Estado se integra en la Eurozona pierde instrumentos de política económica (la posibilidad de recurrir al Banco Central, la política monetaria, la política de tipo de cambio) por lo que se vuelve más vulnerable ante eventos económicos y financieros adversos.
Se critica mucho de las instituciones europeas su exceso de burocratización…
La burocratización es el gran pecado de las instituciones públicas, ya sean europeas, nacionales, regionales o locales; también las grandes corporaciones privadas pueden caer en la burocratización, especialmente cuando operan en entornos sin competencia. Pero no es el mayor problema de la UE, tal vez sea más grave la asimetría de su modelo intergubernamental, en el que domina el interés nacional de los estados más poderosos (Francia y Alemania). Su progreso y el de la Eurozona exige la unión política que supere los intereses nacionales.
¿Hay una Europa del Norte frente a una del Sur o la brecha está más bien en el Oeste frente al Este? ¿Hay tanto antieuropeísmo como parece percibirse el Norte, la mantequilla ‘versus’ el aceite de oliva?
Hoy la brecha Norte-Sur es muy evidente en el funcionamiento de los mercados financieros europeos. No hay más que mirar las primas de riesgo de los estados mediterráneos y el diferente tipo de interés con el que se financian dos empresas del mismo grupo empresarial, una en el Norte y otra en el Sur. Los mercados interbancarios no funcionan en la Eurozona, porque una gran desconfianza se ha apoderado de prestamistas e inversores. Y a esta fractura financiera ha contribuido el enorme endeudamiento acumulado (público o privado, según los casos) en la década anterior a la crisis por las economías del Sur de Europa (Grecia, Italia, España y Portugal). Un endeudamiento que ha sido fruto, a su vez, de patrones de crecimiento muy desequilibrados, con exceso de gasto respecto de la renta disponible, insuficiente ahorro para financiar las inversiones e insuficientes exportaciones frente a las importaciones. Estos patrones de crecimiento han sido consentidos, cuando no alentados, por los gobiernos respectivos. Pero sin la actitud cómplice de los prestamistas del Norte (y sus gobiernos) no hubieran sido posibles tales endeudamientos. En los desequilibrios financieros del Sur de Europa y en la fractura financiera de la Eurozona también tienen responsabilidad las instituciones comunitarias.
¿Ha vivido demasiado Europa, al contrario que Estados Unidos de las prestaciones del Estado del bienestar? ¿Son una de las principales causas de la grave crisis por la que atravesamos?
Yo no concentraría el foco de atención en las prestaciones del Estado de bienestar, sino en el gasto excesivo (privado y público), en las carencias del modelo productivo y en la forma de distribuir la renta en los países del Sur de Europa, en suma, en su erróneo patrón de crecimiento. Las prestaciones del Estado de bienestar están más desarrolladas en los países del Norte y, sin embargo, esos países sufren mucho menos la crisis porque tienen patrones de crecimiento más equilibrados y sostenibles. Pero es cierto que parte del exceso de gasto se debe a las prestaciones del Estado de bienestar y a la insuficiente recaudación fiscal. Las prestaciones públicas han de adecuarse a la capacidad recaudatoria de los estados. En los países del Sur hay un problema estructural de fiscalidad, pues los impuestos ni son eficientes ni son equitativos, la presión fiscal es mucho más baja que en el Norte y el fraude fiscal está mucho más extendido. Por eso, todas las naciones, las del Norte y las del Sur, tienen que hacer permanentes esfuerzos por racionalizar las prestaciones del Estado de bienestar. Pero racionalizar no significa necesariamente recortar, sino evitar que se desincentive la actividad económica y por supuesto equilibrar ingresos y gastos públicos. Reformas fiscales eficientes y equitativas, consensuadas por los partidos y asumidas por los ciudadanos, son una asignatura pendiente en los países del Sur.
¿Saldrá España del euro o hay motivos para la esperanza en una Europa tan envejecida?
A día de hoy no parece probable que España salga del euro. Hay muchos intereses en juego en que se mantenga. Si abandonara el euro, el acceso a la financiación externa quedaría completamente cerrado y habría una masiva salida de capitales, mucho mayor que la que ya se ha producido, lo cual acentuaría mucho la recesión, la renta caería más y el paro aumentaría más todavía. Volvería la peseta, pero con un tipo de cambio devaluado, que aunque animaría las exportaciones también elevaría la carga (medida en pesetas) de la deuda externa. Con bancos y Estado sobre-endeudados, muchas entidades financieras quebrarían y el Estado tendría que declararse insolvente y reestructurar su deuda, con quitas y mayores plazos de amortización. En este contexto, la recaudación fiscal caería todavía más de lo que ya ha caído y con ella las prestaciones sociales. Todo un desastre económico y social que duraría varios años, antes de iniciar una lenta y penosa recuperación. Pasarían muchos años antes de que España recuperara el nivel de renta per cápita anterior a la crisis. La salida del euro sería un desastre para España, pero también un mal negocio para los países de la Eurozona, pues a las pérdidas de los acreedores de España habría que añadir los efectos contagio a otros países del Sur. Esperemos que no ocurra y hagamos lo necesario para evitarlo. El progresivo envejecimiento de Europa es un grave problema estructural que no debemos ignorar en medio de las urgencias financieras del momento. Como ya señaló la vieja Estrategia Lisboa 2000, el envejecimiento exige racionalizar el sistema público de pensiones, mejorar la fiscalidad, impulsar de modo inteligente la natalidad y la inmigración y, por supuesto, impulsar patrones de crecimiento capaces de crear más y mejor empleo. Todo un reto.
¿Han respondido bien las instituciones europeas al ‘crack’ financiero en algunos estados?
No. Lo han hecho mal y tarde, han ido a remolque de los acontecimientos. El original diseño institucional de la Eurozona era muy imperfecto y la crisis ha obligado a emprender una rápida y profunda remodelación del complejo institucional. Pero esta reforma va más despacio que lo deseable. Han existido errores de gobernanza de la Eurozona, como pone de manifiesto el fracaso de los planes de rescate a Portugal y Grecia, con su énfasis excesivo en una rápida corrección del déficit público. Como indica estos días el FMI, la austeridad hay que dosificarla, el ritmo de ajuste fiscal es importante. Las prisas no son buenas. Fallos de gobernanza y la lentitud de la reforma institucional han perjudicado a todos los países, especialmente a los del Sur. Hay que insistir en que el enfoque intergubernamental asimétrico, muy dominado por intereses de los grandes estados y con escasa perspectiva europea, dificulta una ágil toma de decisiones y una actuación temprana y eficaz. Por eso, la Eurozona necesita completar una reforma institucional, que sólo en parte ha sido acometida. Precisa otro modelo de funcionamiento del Banco Central, sin el rígido corsé del modelo Bundesbank, y sobre todo necesita un Gobierno económico y financiero supranacional, con legitimidad democrática, que con perspectiva europea afronte problemas que las políticas nacionales no pueden resolver.
En su libro ‘Desafíos y estrategias de la UE’ define tres factores diferenciadores entre la evolución de la economía española y la de otros países que han supuesto su aislamiento: inflación, excesivo proteccionismo hacia los sectores productivos e intervencionismo económico. ¿Cuál ha sido más importante y por qué?
No sabría decir cuál de los tres es más nocivo. La inflación refleja en el fondo un fallo en la distribución de la renta, significa que las rentas del trabajo y/o del capital quieren crecer por encima de lo que crece el valor añadido de la actividad económica. El excesivo proteccionismo inhibe la madurez y el dinamismo empresarial, algo fundamental para crecer en un contexto global. Y el intervencionismo implica, además de ignorancia, la defensa de intereses particulares en contra del interés general. Yo diría que estamos ante enfermedades de la economía que hay que curar si se quiere crear empleo, reducir el paro, mejorar el nivel de renta y hacer posible una sociedad más próspera y solidaria.
¿Cuándo cree que se verá la ‘luz al final del túnel’ en España? Hasta ahora, las medidas y los recortes adoptados no frenan la caída del consumo, la sangría del paro…
Nos queda trecho, pasarán no pocos años. Hay que cambiar muchas cosas en la economía, en la sociedad y en la política española. España está muy endeudada con el exterior (bancos, administraciones públicas y empresas) y la alta deuda externa dificulta la financiación y frena el crecimiento económico y la creación de empleo. Para reducir la deuda externa hay que exportar más y ello sólo se consigue incorporando muchas más empresas al sector exportador. Lo cual, a su vez, exige mejorar la capacidad productiva competitiva (en precio, en calidad, en redes de comercialización…). Pero todo esto requiere muchas reformas del entorno socioeconómico e inversiones productivas. incluyendo más y mejor capital humano, Formación Profesional y tecnología. Y para que las inversiones no generen más endeudamiento exterior hay que potenciar el ahorro, de modo que el patrón de gasto debe girar hacia el binomio inversión-ahorro, con vistas a posibilitar mayores exportaciones. La mejora de la competitividad también exige que las rentas del trabajo y del capital crezcan en concordancia con el crecimiento del producto, en otros términos, reducir la inflación. Y la cohesión social es rentable a largo plazo, el conflicto sale caro. Lograr todo ello requiere que la sociedad española sea consciente del gran ajuste pendiente, que se produzca un gran consenso y esfuerzo colectivo (empresarios, trabajadores, familias, administraciones) y que los políticos aparquen su interés electoral. Y por si esto fuera poco, el crecimiento económico español requiere el apoyo de la Eurozona. Demasiadas cosas. Pero ¿cómo, si no, podrá crearse suficiente empleo para reducir sustancialmente la escandalosa tasa de paro total y juvenil que registra la economía española?
¿Apuesta por una mayor regulación de los mercados?
Los mercados financieros, el comportamiento de las instituciones financieras de todo tipo, tienen que ser mejor regulados para evitar desmanes, que han facilitado patrones de crecimiento erróneos (burbujas incluidas) y que han empobrecido a mucha gente. Hay que aprender de los errores y un grave error político ha sido dejar demasiada libertad a instituciones con comportamientos no siempre responsables, eficientes y éticos.
¿Han tomado las entidades financieras asiáticas el relevo en el flujo del crédito respecto a las europeas? ¿Con qué consecuencias?
Las economías emergentes y en particular las asiáticas están tomando muchos relevos; no ya en el terreno de la exportación, sino también en el terreno financiero, incluso en el terreno de la tecnología, en el que tienen más retraso. Hay que pensar que en economías asiáticas hay mucho dinamismo y se genera mucho ahorro exportable y que, por tanto, está creciendo su peso en los flujos financieros internacionales. Dentro de las muchas tareas que deben emprender las economías del Sur de Europa se encuentra la de mirar más a los mercados asiáticos.
¿Es posible generar en España una industria sólida que se aproxime al modelo alemán o estamos condenados a ser un país de servicios y, en particular, de turismo?
La economía española tendría que aspirar a cambiar su patrón productivo, de manera que no dependiera tanto del binomio turismo-construcción. La construcción (la residencial y la obra pública) tardará muchos años en recuperar un ritmo normal de actividad y no lo hará al ritmo frenético que ha llevado en la década anterior a la crisis. Y el sector turístico (la joya de la corona del sistema productivo español) no es motor suficiente para sacar adelante a una economía con 47 millones de residentes. Bastante hace ya. España, además de cuidar el sector turístico para mantener su liderazgo mundial, necesita más y mejor tejido empresarial en el que se interrelacionen empresas industriales y servicios avanzados, con una decidida orientación exportadora. El modelo alemán no puede imitarse tal cuál, pero sí hay que tenerlo en cuenta. Aprendamos, por ejemplo, de su sistema de Formación Profesional, en el que se implican muchas empresas, o fijémonos en su forma de establecer salarios, más acorde con la evolución de la productividad, o en sus pautas de ahorro. Pero en Europa hay más experiencias exitosas, por ejemplo, en Austria, Dinamarca, Países Bajos y Suecia. Todos ellos, en medio de esta crisis financiera tan dura, registran tasas de paro