Hábitat para un tejido empresarial español más competitivo

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Es evidente que uno de los ingredientes principales de la competitividad de las empresas se basa en su nivel de productividad, sin embargo, el ecosistema en el que éstas se desenvuelven hoy en día exige de ellas una renovación constante. Elementos como las innovaciones tecnológicas, la internacionalización de las empresas y las nuevas formas de comercio redefinen los conceptos de productividad y de competitividad.

En España, el crecimiento del PIB es, a día de hoy, uno de los mayores de la Unión Europea. A pesar de que la evolución del PIB ha bajado de un 3% a un 2,5%, este crecimiento se ha debido, entre otros factores, al peso que las grandes compañías tienen en nuestra economía; siendo éstas las que mejor aguantaron la crisis y que mayor crecimiento han registrado, dando trabajo a casi 5,4 millones de empleados.

Las reformas realizadas estos últimos años en nuestro país han funcionado, favoreciendo un incremento de nuestra competitividad empresarial en su conjunto. Así, las grandes empresas españolas tienen cada vez más peso en el exterior, lo que les ha aportado mayor capacidad para generar actividad económica, empleo e inversiones. Sin embargo, hay que señalar, que el sector exterior ofrece también buenas oportunidades para nuestras pymes, las cuales, cuando adquieren dimensión internacional se fortalecen en su punto de origen aumentando su tamaño y creando puestos de trabajo y empleos de mayor calidad.

Nuestro tejido empresarial tiene una estructura de micropymes y pequeñas pymes principalmente, siendo precisamente el tamaño de nuestras empresas uno de los factores que inciden negativamente en nuestros índices de competitividad. En un reciente estudio publicado por Funcas, los economistas Emilio Huerta, de la Universidad de Navarra, y Vicente Salas, de la Universidad de Zaragoza, afirman que el tamaño de las empresas es uno de los elementos más importantes para explicar el diferencial de productividad de un país. Así, por ejemplo, la productividad media de las empresas en Alemania es un 36% superior a la de las españolas, superioridad que viene determinada, entre otros factores, por el mayor número de empresas medianas y grandes de que dispone. Es evidente, por tanto,que favorecer los mecanismos para que nuestras pequeñas empresas se conviertan en medianas redundaría en un incremento de nuestra competitividad y productividad en términos globales.

La productividad media de las empresas en Alemania es un 36% superior a la española, factor en el que incide su tamaño

En este sentido, un factor clave para el óptimo desarrollo de nuestras empresas es, sin duda, contar con un marco legal y fiscal seguro, estable y razonable que ofrezca un panorama atractivo para la inversión nacional pero también extranjera, en lo que nos encontramos –respecto de esta última– muy lejos de los principales países de nuestro entorno.

Dentro de los elementos que afectan a la competitividad de nuestras empresas, cabe hacer un análisis, en concreto, del marco fiscal en el que estas se desenvuelven. Estudios llevados a cabo desde el Consejo General de Economistas evidencian que la carga tributaria sobre beneficios que soportan las empresas en España es casi del 47% mientras que la media de la Unión Europea está por debajo del 41%. Asimismo, los ingresos por recaudación que aportan las empresas al Estado respecto al total recaudado en nuestro país está por encima del 30%, mientras que la media de la eurozona está en torno al 26%. A ello se suma que, en la actualidad, España es uno de los países donde los empresarios soportan más cargas fiscales a la hora de contratar a un trabajador, posicionándose en el sexto lugar, con 6,6 puntos porcentuales más que la media de la Unión Europea.

Dentro de un marco de análisis sobre el nivel de competitividad en España, es imprescindible hacer una mención especial a nuestro sector industrial. En España, a las amenazas que sufre la industria –como son el proceso de deslocalización productiva, la caída de márgenes económicos, o la dependencia exterior del suministro energético–, hay que añadir importantes debilidades entre las que se encuentran: el bajo esfuerzo en investigación y desarrollo, agravado por la escasa y mejorable relación universidad-empresa; la dependencia del capital externo, que ha reducido el desarrollo de más multinacionales autóctonas; nuestra estructura empresarial, en la que predomina un tejido de pymes que por sus características experimenta un lento crecimiento de la productividad; diseños de infraestructuras al margen de las necesidades del sector; dificultades de oferta de factor humano con estudios técnicos, y, finalmente, un cierto despilfarro de recursos por la falta de coordinación entre las diferentes Administraciones.

Para corregir esta situación, sería recomendable, entre otras cosas: potenciar la innovación tecnológica, tanto de productos como de procesos, así como la innovación no tecnológica; impulsar la formación en todos sus niveles como valor añadido por parte del capital humano; favorecer la internacionalización de nuestras empresas –aspecto este que ha recibido un gran apoyo institucional en esta última etapa pero en el que hay que seguir insistiendo–, y, por último, trabajar bajo cánones de sostenibilidad sin derrochar los recursos disponibles, garantizando el acceso a ellos en buenas condiciones de cantidad y de coste, fomentando la eficiencia en el uso de las materias primas y de la energía, y respetando, en todo momento, el medio ambiente.

Ha de ser un objetivo común incrementar el peso que la industria tiene sobre nuestro PIB, del 16,4% que tiene en España al 20% de media en la eurozona, ya que la industria mantiene un nivel de empleo más estable y constituye un motor para potenciar la I+D. Para ello, es necesario trasladar a la sociedad una “cultura industrial” germen de una nueva generación de “emprendedores industriales” dentro de un sector que evoluciona hacia estructuras empresariales más ágiles y abordables. Hoy en día el modelo industrial ha cambiado y en el mismo cohabitan enormes conglomerados empresariales con empresas de menor tamaño, más manejables, que les prestan servicios de apoyo, permitiéndoles producir series más cortas, personalizadas y con una gran especialización técnica. Un país avanzado como el nuestro podría jugar un importante papel en esta nueva realidad en la que no deberíamos perder la oportunidad que se nos brinda, con el convencimiento de que la industria nos garantizará un desarrollo económico estable y sólido, y un país más competitivo.

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